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Los niños necesitan ser felices, no ser los mejores.

“Sólo podemos aspirar a dejar dos legados duraderos a nuestros hijos: uno, raíces; y el otro, alas” (William H. Carter)

 

La sociedad en la que vivimos es cada vez más competitiva, donde parece que nada es suficiente y podemos tener la sensación constante de “quedarnos atrás”. Se nos exigen habilidades, conocimientos y resultados académicos brillantes que nos puedan garantizar un buen futuro profesional.

La educación tradicional se ha puesto en cuestión y hay una mayor conciencia social sobre la importancia de una buena crianza para los hijos. Por ello han ido surgiendo a lo largo de estos últimos años un sinfín de modelos educativos innovadores.

Las librerías están atestadas de libros sobre crianza, donde unos se contradicen a otros, o hablan de lo mismo con diferentes términos. Da igual, se venden como churros.  Personalmente, me parece muy bien que exista tanta información y posibilidades para los padres y los profesionales. Sin embargo, la otra cara de la moneda, es que cada vez es más frecuente ver a padres excesivamente preocupados y confundidos respecto a la crianza. Y es que, muchos de estos libros te mandan el mensaje de que tu hijo puede ser como tú quieras. Con la premisa de que el cerebro del niño es una esponja, los padres creen poder diseñarlos a su antojo. Tan sólo hay que guiarlos, motivarlos, atender a sus emociones (¡Menos mal!), escucharlos, estimularlos con actividades, moldearlos y…  ¡voilá! Tendrás un pequeño Einstein.  El hijo se convierte en el proyecto personal de los padres.

Sobre este nuevo modelo de educación escribió Eva Millet en su libro “Hiperpaternidad, del modelo mueble al modelo altar”.  Este modelo de crianza se origina en EEUU entre las clases medias y altas y está basado en una supervisión constante por parte de los padres hacia sus hijos. En esencia, implica una hiperprotección, hiperatención e hiperestimulación. El objetivo de estos padres es velar por el éxito académico de sus hijos, adelantándose a sus contratiempos y deseos y evitándoles cualquier frustración. Sus hijos deben ser los mejores y para ello allanan su camino y les empujan al éxito. Los ingredientes de este fenómeno son la estimulación precoz, agendas de “ministro” repletas de actividades educativas, tolerancia cero a la frustración y, en ocasiones, los enfrentamientos de estos padres con los educadores o entrenadores que se atrevan a cuestionar a sus pequeños.

Una de las premisas más importantes para estos padres es “que el hijo no se traume”, así que se le ocultan frustraciones, miedos, problemas y así no tiene que sufrir por nada. En todo este cóctel explosivo, tienen muchísima importancia los resultados académicos y las actividades educativas que realice el hijo.  Así que éste no tiene tiempo para jugar libremente, para aburrirse, ni para sentir prácticamente.

Aunque todo esto se hace con la mejor intención, lo que está originando es que los niños sientan presión, un alto nivel de autoexigencia y tengan más miedo que nunca. Son niños sobreprotegidos que no han podido adquirir la autonomía, la capacidad de esfuerzo ni las competencias personales necesarias para afrontar la vida.  Nos encontramos con la mezcla explosiva de niños que tienen una elevada noción de sí mismos, porque se les ha hecho creer que son lo mejor y conseguirán lo que quieran y, por otro lado, al haber sido constantemente asistidos por sus padres, tienen una falta total de autonomía, miedo al fracaso y en definitiva a la vida.

Los niños no necesitan ser los mejores, simplemente necesitan ser felices. Sentir que son amados de manera incondicional, que están seguros. Necesitan libertad para explorar, para frustrarse y aprender lo que les gusta y lo que no. Necesitan JUGAR libremente y aprender a aburrirse también. Las asignaturas mas importantes de su vida no son las matemáticas ni la biología sino las competencias personales y emocionales que le ayuden a desarrollarse de forma sana, para enfrentarse a los retos que le esperan en el futuro.

De poco sirve que nuestros hijos sepan 3 idiomas, bailen claqué, toquen el piano y encima saquen buenas notas, si por otro lado sufren de ansiedad, carecen de autonomía y no gestionan bien sus emociones. 

“Es más fácil criar niños fuertes que reparar hombres rotos” (Frederick Douglass)

 

 

 

 

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