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Las resistencias en psicoterapia

“Si el objetivo más alto de un capitán fuera preservar su barco, lo mantendría en el puerto por siempre.” Santo Tomás de Aquino

 

Cuando tomamos la decisión de acudir al psicólogo para empezar un proceso terapéutico es, en muchos casos, porque detectamos alguna dificultad que resulta dolorosa o no nos permite relacionarnos de forma saludable.

Una psicoterapia nos lleva a trabajar y transformar estas dificultades, pero para ello es necesario hacer frente a temas dolorosos, trabajar emociones que no son fáciles de abordar y en definitiva cuestionarnos a nosotros mismos.

Junto a la voluntad de cambio y evolución también aparece una emoción defensiva, el miedo.  El miedo al cambio, a no conseguirlo, miedo a “desestabilizarnos”… Este miedo, muchas veces oculto, inconsciente, hace que se manifiesten ciertas resistencias mentales y emocionales al proceso.

Desde los periodos iniciales de la terapia, e incluso antes de comenzar el proceso terapéutico, ya se puede observar este fenómeno, donde las mayores resistencias pueden ser a comenzar el tratamiento.

Por lo tanto, en nuestro interior hay una ambivalencia,  dos partes enfrentadas: una que se esfuerza por evolucionar y otra que se resiste y pone obstáculos para evitar nuestro progreso.

Algunas de estas resistencias se ponen de manifiesto de manera sutil, por ejemplo rechazando trabajos propuestos por el psicólogo, evitando entrar en temas determinados, trivializando otros, etc… y otras se muestran de forma más evidente, pero todas ellas tienen una misma finalidad: la evitación de algo que se percibe como doloroso o invasivo.

Esta reacción es muy natural y le ocurre a todo el mundo en mayor o menor medida,  por un lado nos da miedo sufrir durante el proceso y por otro sentirnos desnudos frente a un desconocido, por ello se ponen en marcha los mecanismos defensivos.

Las resistencias toman muchas veces la forma de justificaciones para evitar empezar una terapia o para su continuación.

Algunas de las más frecuentes son:

“No me hace falta”. Lo que en un principio nos llevó a plantearnos iniciar una terapia queda tapado bajo pretextos de tipo:  “no estoy tan mal” “yo soy así, en realidad no me hace falta…”

No tengo tiempo”.  Este pretexto suele ser una vía de escape muy frecuente y aunque es cierto que el trabajo y los quehaceres diarios nos empujan a llevar un ritmo elevado,  no “encontrar” una hora semanal o quincenal para realizar una terapia es una evidencia clara de que intentamos escapar de nosotros mismos.

“El psicólogo no es el adecuado”. Aunque pueden darse casos de que la relación terapéutica no funcione por la razón que sea, hay personas que usan este argumento para desautorizar inconscientemente al psicólogo.  De esta manera si voy en busca del “psicólogo perfecto”, me aseguro de no encontrar ninguno que sea adecuado para mí y así tengo un pretexto para no enfrentarme a la situación y puedo justificar mi incapacidad para comprometerme.

“Llegar tarde o no acudir a la sesión”. Aunque a veces pueden surgir contratiempos, si esto se hace de forma habitual es un signo claro de que nos encontramos ante una resistencia.

No me está sirviendo”.  Todo cambio requiere un proceso y algunas personas pretenden modificar conductas de toda una vida en tan sólo unos pocos meses. Los psicólogos carecen de varitas mágicas, por lo tanto la creencia de que no está sirviendo o de que va demasiado lento, puede ser una resistencia creada por la impaciencia, el miedo o unas expectativas irreales.

 

Los psicólogos/as entendemos y trabajamos con estas resistencias para que el paciente se haga consciente de estos movimientos de “autoboicot”.  Las resistencias son, por lo tanto, la expresión de los mecanismos defensivos que mantenemos en la vida y a pesar de su intención de “boicotear”, si se encauzan de manera correcta se pueden convertir en aliadas que nos abren nuevos horizontes en nuestro crecimiento.

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